Habia pensado en ello toda la mañana.
nuevamente, en la voz y sus modulaciones, sin estridencia ni ruido. Rememoraba aquellas palabras que eran melodía ante mis ojos cerrados, a oidos prestos a saborear la finalidad última de una manzana.
Me pierdo.
Pude, al atardecer, marcar los dígitos, en un locutorio a una vuelta de esquina en algún lugar.
Se le oye lejos. Yo te oigo bien...
y la necesidad real de un cuello entre mis dedos, tan real como el silencio al colgar. Pésimo audio, digo al nadie que ha de cobrar.
En la calle, el atardecer gris y cálido muta en infierno blanco. Todo desea morir y matar (en ese orden) y yo soy ese todo.
Al infierno llegó, una gota a perderse en mi frente.
Gracias, dije. Y la lluvia comenzó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario